dissabte, 11 de gener del 2014

El enigma de Casas Viejas: ¿ordenó Azaña la matanza?


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Durante 80 años, historiadores, investigadores, antropólogos y periodistas se han hecho la misma pregunta: “¿Ordenó Azaña que se represaliara a sangre y fuego a los anarquistas de Casas Viejas que se sublevaron contra la República en 1933?”. El hallazgo del sumario del caso, desaparecido durante décadas, arroja nueva luz sobre los sucesos

DANI PÉREZ / Cádiz / 10 Ene 2014 2
Azaña, reunido con su gabinete de crisis, poco después de que la prensa diera detalles sobre la brutal represión en Casas Viejas. // ARCHIVOAzaña, reunido con su gabinete de crisis, poco después de que la prensa diera detalles sobre la brutal represión en Casas Viejas. // ARCHIVO
Lo cuenta Tano Ramos. En 1978, aprovechando el aperturismo de la Transición, Daniel Sueiro entrevista a Eduardo Pardo Reina, abogado defensor del capitán Rojas, uno de los villanos de esta historia. El periodista pregunta qué hubo de verdad y qué de artimaña en la afirmación de que en la brutal represión de los campesinos anarquistas de Casas Viejas los guardias habían actuado por órdenes del presidente del Gobierno republicano. La cuestión, en un momento tan sensible de la Historia de España, es crucial: durante el Régimen, el Franquismo ha alimentado esa idea para demonizar a Azaña y ensuciar su imagen de humanista. Con una frase certera, Pardo Reina hubiera podido restañar la herida. Estaba en su mano. Pero el letrado, a sus 73 años, divaga, amaga, recula… Responde con evasivas. Finalmente le da largas al asunto. El enigma sigue intacto.
Dice Ian Gibson que para que algo merezca ser contado tiene que guardar un misterio esencial. En este caso, el misterio se refiere a la matanza de Casa Viejas. Al igual que Daniel Sueiro en los 70, una terna considerable de investigadores, historiadores, antropólogos y periodistas han intentado resolverlo. Antes y después. Desde Ramón J. Sender hasta Gerald Brey, pasando por Jerome J. Mintz o Víctor de la Serna. El último en consumirse en la misma obsesión que sus predecesores ha sido Tano Ramos (Asturias, 1958). Él ha intentado lograr aquello en lo que Sueiro fracasó. Arrojar luz sobre la siguiente pregunta: ¿Ordenó Azaña (el pulcro Azaña, el intelectual, el avanzado, el pacifista) que se sofocara con sangre y fuego la revuelta anarquista que hizo tambalear su Gobierno? ¿Ordenó que se diera a este puñado de campesinos hambrientos una lección ejemplar? ¿Ordenó que se fusilara a culpables e inocentes? ¿Ordenó que se les dispararan “tiros a la barriga”? Puede que haya conseguido una respuesta. Júzguenlo ustedes mismos.
LA MATANZA
Enero de 1933. Casas Viejas. Una aldea remota, perdida en el interior de la provincia de Cádiz. En las imágenes de Campua, el pueblo es sólo un grupo de chozas desbaratadas que se levanta detrás de un frontal de chumberas, zarzas y ramaje seco. En la mañana del día 11, un grupo de anarquistas ataca el cuartel de la Guardia Civil y mata a dos agentes. Poco después, un contingente de guardias de asalto llega al pueblo y ‘sofoca’ la revuelta. Prenden fuego a una cabaña donde se refugiaban mujeres y niños y fusilan a 14 personas. La inmensa mayoría de las víctimas no había participado en los hechos, ni siquiera de modo indirecto. La masacre indigna primero a los testigos y luego a los cronistas. La prensa reaccionaria se apresura a subrayar la responsabilidad del Gobierno. La prensa izquierdista también. Los dos extremos del espectro tiran de la Presidencia. El escándalo adquiere proporciones insospechadas. Hay una comisión en el Congreso. Parlamentarios de todos los colores piden la dimisión de Azaña. Ramón J. Sender, entre otros periodistas, se desplaza a Casas Viejas. Quiere conocer lo sucedido de primera mano. Arranca la secuencia. Un investigador y un misterio.
Las autoridades visitan el lugar donde fueron fusilados 14 campesinos, el día después de la matanza. // ARCHIVO
Las autoridades visitan el lugar donde fueron fusilados 14 campesinos, el día después de la matanza. // ARCHIVO
Mayo de 1934. En Cádiz, se celebra el juicio contra el Capitán Rojas, el supuesto responsable de la masacre. Uno de sus compañeros, el teniente Fernández Artal, no duda en señalarlo como autor de la razzia: fue él quien ordenó incendiar la choza y fue él quien gritó “fuego a ellos” contra los detenidos: braceros, chavales, ancianos y enfermos. Pero Pardo Reina (el abogado que no quiso desvelar la verdad ante Sueiro), esconde una carta. Cita a declarar al capitán del Estado Mayor Bartolomé Barba. Y lo hace para que cuente que, dos días antes de los Sucesos, Azaña, en su condición de jefe del Gobierno y de ministro de Guerra, lo llamó a su despacho para informarle de que habían sido atacados varios cuarteles. “Ahora vaya a sus hombres y dígales que rechacen los ataques y que nada de hacer prisioneros ni heridos. Tiros a la barriga. Tiros a la barriga y nada más”.
LA CAMPAÑA
La consigna, con toda la potencia de un buen eslogan publicitario, tarda poco en saltar a la calle. Los periódicos, cada uno con sus cuitas pendientes con el Gobierno republicano, la repiten una y otra vez. “Tiros a la barriga”, impresos en las líneas torcidas de las galeradas. Azaña, el teórico del ‘administrador piadoso’, ordenó tiros a la barriga, dicen en los mentideros. Azaña, el señor que siempre sale en las fotos con un aire indiscutible de bonachón y que preconiza el entendimiento de clase y el debate democrático por encima de cualquier conato de radicalismo, venga de su derecha o de su izquierda, dijo: “Tiros a la barriga”. La idea cala: Azaña, para el pueblo llano, ya es el de los tiros a la barriga.
Tano Ramos.
Tano Ramos.
Verano de 2007. A Tano Ramos, veterano periodista de Diario de Cádiz, le encargan un reportaje para una publicación conmemorativa. Piensa en el asunto Casas Viejas, etiquetado en su imaginario como “un suceso con muchos muertos que había actuado como uno de los detonantes de la caída de Azaña”. Se pone manos a la obra. Termina el texto. Lo publica. Sin embargo, como tantos otros antes que él, necesita seguir indagando (un investigador, un misterio). Le gustaría saber unas cuantas cosas. La principal: si más allá del éxito popular y propagandístico de los tiros en la barriga, “había alguna prueba sólida de que esa leyenda negra contra Azaña tenía algo de verdad”. Por lo publicado en la prensa ya intuye que no: había demasiadas contradicciones, las tergiversaciones eran tan evidentes que sólo podían funcionar en un tiempo de cabeceras aisladas como nichos, donde era casi imposible una comparación general. Descubre, con asombro, que hubo otro juicio. Que el presidente Azaña llegó a tener un careo con Barba. Se pregunta por qué apenas se conoce esa segunda parte del enfrentamiento. Y, sobre todo, ¿dónde está el sumario? En esa documentación, que recoge todas las declaraciones de los testigos ante el juez, más allá de la transcripción de lo sucedido en los juicios, late la clave para resolver el misterio. Lo busca. Y, como en toda buena historia de investigadores y enigmas por resolver, hay extraños giros de guión: en la Audiencia le dicen que el sumario ha desaparecido.
EL HALLAZGO
Primavera de 2008. Tano sigue obsesionado con el asunto. El sumario. Lo más lógico es que lo destruyeran durante el Franquismo, piensa. Pero alguien debe tener una copia. Rastrea, una a una, la identidad de los protagonistas del juicio. Acusación y defensa. Hay una figura que le llama la atención. López Galvez, un abogado progresista que se encargó altruistamente de la acusación particular contra Rojas. Tras el levantamiento acabó encarcelado en el penal de El Puerto. Después estuvo en la prisión de el Dueso, en Cantabria. Ahí se le pierde la pista. Tano siente que se han agotado todas las vías de investigación. El asunto está en vía muerta. Antes de tirar la toalla, un último intento, a la desesperada. Una guía de teléfonos. Hace cábalas con los apellidos y marca. Una vez. Y otra. Y otra. “Disculpe, estoy buscando a familiares del abogado gaditano López Gálvez”. Al otro lado de la línea, la voz ahogada de una mujer mayor: “Sí, soy su hija”. Tano no se lo puede creer. A la carrera, se marcha a Madrid. Quedan en la casa de la anciana. Mientras él espera en la salita a que la hija de López Gálvez le prepare un refrigerio, ella le suelta un montón de papeles, “para que se vaya entreteniendo”. El sumario.
Junio de 1935. Durante el segundo juicio, Azaña niega tajantemente que haya ordenado los famosos tiros en la barriga. Sin arredrarse, reconoce que dio órdenes de sofocar las revueltas anarquistas(en general, antes de que prendiera la de Casas Viejas), pero que jamás abrió la veda para la represión y el fusilamiento indiscriminado. Advierte que las órdenes eran las mismas para todo el territorio nacional, y que solo Rojas ha actuado de esa manera, a pesar de que la revuelta tuvo otros focos. Al término del careo, Barba, acosado, cae en una sucesión de contradicciones que lo delatan. Insiste en su versión, pero se desdice en los detalles. Ya entre las cuerdas, opta por la bravata: “Yo soy un oficial del Estado Mayor, no un cabo de escuadra”. A ojos de los asistentes, Barba miente. Pero, en la calle, el daño ya está hecho.
LA RESPUESTA
Enero de 2014. Benalup-Casas Viejas se prepara, como cada año, para conmemorar el aniversario de los Sucesos. Tano Ramos ha publicado los resultados de su extraordinaria investigación en El Caso Casas Viejas, ganador del prestigioso Premio Comillas y editado por Tusquets. Para el periodista, su trabajo significa, “de momento”, el final de la insidia contra Azaña. Insiste en el “de momento” porque siempre habrá nuevos investigadores preocupados por resucitar el misterio. Él, obviamente, sí está convencido de que Rojas fue el único culpable. Cree que todo el daño que se le hizo al presidente y que en parte contribuyó a derrumbar su Gobierno fue fruto de una inteligente maniobra de marketing organizada por los sectores que luego se sublevarían. “De hecho, en el segundo juicio, a Rojas lo condenaron a 98 años de prisión. Se le quedaron en 21 por haber matado a 14 personas, ‘diez de ellas esposadas, cuatro inermes y todas ellas impotentes ante el pelotón de fusilamiento’, según recoge la sentencia . Curiosamente, salió en libertad en el invierno de 1936. Justo cuatro meses antes del Golpe”.