dijous, 24 d’abril del 2014

Ayer murió doña Pilar Neila Álvarez


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Mapy Alvarez ha compartido la foto de Perfiles E Historias.
Ayer murió doña Pilar Neila Álvarez cuya vida contamos en el 2006 junto a la de doña María García Torrecillas, también fallecida. Ambas fueron sobrevivientes del exilio español. Descansen en paz.
En memoria de la primera, reproducimos su historia extraordinaria.
*
Huyeron a Solares en vano. Habían partido de Santander rumbo a aquella campiña española buscando paz, pero hasta allá fueron a parar los bombarderos que combatían entre sí. Era 1937 en España, la Guerra Civil llevaba el año y Pilar Neila Álvarez tenía entonces 13 de edad.
"La regla era tirarnos al suelo. Mamá y mi hermano lo hicieron de inmediato, pero yo no podía controlar mi curiosidad y levantaba la vista hacia el cielo, tratando de ver", cuenta Pilar, hoy de 82 años.
"Siempre he tenido eso de mirar las cosas de frente", agrega.
Era impresionante, recuerda esta vecina de San Pedro, ver a los aviones descargando ráfagas. Muchas bombas cayeron en lugares cercanos.
Manuel, el padre, decidió que su familia debía partir a Bayona, Francia, mientras él combatía en España a las fuerzas de Franco. Ya los alcanzaría, les dijo, y les entregó los ahorros bancarios reunidos al vender toda la mercancía de su tienda de ropa.
Así, Pilar, su hermano y su madre zarparon en un barco de guerra francés. La odisea apenas comenzaba.
Después de un tiempo de haber desembarcado en Francia, se enterarían de que Manuel quedó al mando de la resistencia por parte de la policía, que no del ejército, para defender primero Santander y después el último bastión republicano: Valencia y Barcelona. Perdida Valencia, la gente huyó a la capital catalana y después a Francia. Es cuando se dan las imágenes escalofriantes de miles de españoles caminando por los Pirineos, muriendo por el frío, los fusilamientos de las tropas franquistas o los bombardeos alemanes.
"El objetivo de papá era resistir el avance del ejército de Franco en Santander, en tanto la gente huía", comenta Pilar. "Aún hoy no sé como salió de ahí a Barcelona. Primero pensé que había sido en un submarino, junto al gobernador y otros, pero al parecer fue por tierra".
Pasaron los meses, y un día, un chico avisó a Pilar, su madre y hermano que su padre había llegado, flaco y desmejorado, a Bayona. Pero vivo. La emoción por reunirse de nuevo fue enorme, pero poco el tiempo que les duró. Los franceses arrestaron a un hombre enviado por Franco para asesinar a Manuel a través de sicarios, aunque al no encontrarlos recibió la instrucción de dopar al opositor y regresarlo dormido a España.
"Al arrestarlo le encontraron la lista en la que aparecían tres o cuatro nombres de personas a las que debía eliminar. Uno era el de mi padre".
Manuel fue aprehendido el 15 de febrero de 1938 por acusaciones que le hacían aquel hombre y los espías franquistas, pero sólo le pudieron comprobar falsificación de pasaportes. Por si fuera poco, sin la presencia del padre, la familia se vio de pronto sin dinero.
"Ganada la guerra, Franco decretó que todos los billetes que no tuviesen el sello de su gobierno no tenían valor", explica, y la sombra de la miseria le hace hablar en voz baja. "De un día para otro nos quedamos sin nada. Aún conservo algunos de esos billetes".
Manuel, el hermano de Pilar, hizo trabajos temporales, mientras la chica y su madre cosían a escondidas. Los inmigrantes no podían trabajar.
Mientras tanto, Manuel estuvo preso para después pasar, igual que todos los españoles exiliados, a los campos de concentración franceses, aunque al terminar la Guerra Civil, en 1939, se enroló en la defensa francesa contra los alemanes, participando en la defensa de la Línea Maginot. Había empezado la Segunda Guerra Mundial.
"De todo esto nos enteramos mucho después", explica Pilar. "Él regresa al campo de concentración a los meses, y de allí nos alcanza en Burdeos, a donde habíamos ido a parar para salir de Francia con la ayuda del gobierno español en el exilio luego de aquellos meses de miseria".
La familia volvió a reunirse de nueva cuenta. Tras días de convivir y platicar sus aventuras, se alistaron para embarcar hacia Santo Domingo, huyendo de la única zona francesa aún lejos de la toma alemana.
Pero el destino les haría una mala jugada más: a todos los documentos, excepto los del padre, les faltaba un sello. Un descuido burocrático impedía de nueva cuenta estar juntos.
"Mamá, tan nerviosa como era, estalló en llanto. Mi hermano y yo no sabíamos qué hacer. Ya en la escalera nos decían que no podíamos subir. Papá bajó a tierra. Dijo que si nosotros no íbamos, él no zarparía".
Le pidieron que subiera de nuevo, que los alemanes llegarían en cualquier momento y a él, por republicano, lo enviarían a los campos de concentración. Pero él estaba decidido.
"Mamá lo convenció de una manera que todavía hoy no olvido", cuenta Pilar con los ojos enrojecidos. "Se le hincó: le suplicó entre lágrimas que se fuera y que desde Santo Domingo nos reclamara. Con todo el dolor papá aceptó y lo vimos partir".
Tras conseguir al fin los sellos, Pilar y su familia lograron zarpar de Burdeos entre bombardeos y con noticias de barcos hundidos con familias judías y españolas a bordo.
"Los bombardeos... Así inició nuestra desventura y así terminaría la primera parte", afirma Pilar, sobrecogida aún por los estruendos de los bombardeos nazis en el puerto y las imágenes dantescas: miles de exiliados en busca de la serena América.
Después de muchos días, llegaron a Santo Domingo, donde debían quedarse y encontrarían a Manuel, pero el gobierno del dictador Trujillo no aceptó que el barco se acercara a la bahía ni que nadie lo abordara.
"Papá consiguió un bote y se acercó al barco. Le permitieron subir por una escalera, pero no abordar. Allí estábamos tomados de los brazos, llorando, sin saber qué hacer".
La familia, que junto con los pasajeros del barco tuvo que partir a México, le prometió a Manuel reclamarlo desde ahí. Al llegar a Coatzacoalcos, en julio de 1940, los exiliados fueron repartidos a diversas ciudades. A Pilar y los suyos les tocó Oaxaca.
"Ya imaginarás el impacto que fue llegar y ver en la estación del tren la pobreza espantosa de los indígenas. Después vimos que no todo era así y que la ciudad era muy bonita".
La familia fue acogida por otros españoles, pero el tortuoso camino burocrático para traer a Manuel no había empezado. Pasó un año sin resultados. Un día, la madre de Pilar estalló en llanto en Gobernación, en el DF. Los burócratas, a quienes Pilar no había podido dar una "gratificación", habían "perdido" el expediente y le exigían salir del País y reunirse con Manuel en Dominicana.
Esa vez, un hombre se le acercó a su mamá y le preguntó qué le pasaba. Entre lágrimas, ella le explicó el problema. "No se preocupe", le dijo el hombre. "Yo arreglaré su problema". Era Miguel Alemán Valdés, Secretario de Gobernación.
En media hora, el que después sería Presidente arregló el arribo de Manuel, quien pasó todo ese tiempo sembrando y tendiendo líneas eléctricas en las selvas dominicanas.
Semanas después, la familia se reunió al fin. Su exilio, ahora sí, ya podía comenzar como Dios manda.
Pocas veces a lo largo de los años Manuel y su esposa hablarían sobre los horrores de la guerra. Todos vivieron felices en México. Sus padres y su hermano murieron tranquilos.
Vendrían los nietos y bisnietos. Serían ellos los que, a manera de cuentos y fábulas edulcoradas, recibirían de Pilar las historias de aquellos días insólitos de encuentros y desencuentros. (...)
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