dijous, 14 de maig del 2015

Recuerdos de "guérillero": Enrique Ortiz.


http://www.latribunadealbacete.es/NoticiasFicha.aspx?id=Z35BFC0D4-CCF5-BCED-2A84F86F3DD9E957&v=noticia%2FZ35BFC0D4-CCF5-BCED-2A84F86F3DD9E957%2F20150510


E.F. - domingo, 10 de mayo de 2015
Enrique Ortiz Milla, nacido en La Gineta, fue uno de los 10.000 republicanos españoles que combatieron a los nazis y ayudaron a liberar el sur de Francia
El 13 de febrero de 1939, Enrique Ortiz escapó del noveno y último círculo del Infierno, el que Dante describe en La Divina Comedia como un yermo de hielo, donde almas y  cuerpos sufren bajo el azote del viento gélido, la picadura de las heladas y el sudario de la nieve.
Aquel joven soldado salió con sus camaradas, los últimos supervivientes de la Tercera Brigada Mixta del Ejército de la República. Durante días que se hicieron años, se habían retirado a pie desde Barcelona, en pleno invierno, a través de los pasos de los Pirineos, bajo las bombas de la aviación alemana y los obuses de la artillería del bando nacional.
«Fue un infierno, avanzar entre los nevados -recordaba años después- el que se caía en un barranco, allí moría;cada combatiente llevaba un niño en sus brazos, para ayudar a las madres que gritaban, locas de dolor, cuando alguno se despeñaba». Con los pies helados, cubiertos por unos trapos liados, sin zapatos, Enrique logró llegar a la frontera francesa, en Prats de Molló. Empezaba un año y medio de humillación y de privaciones.
Pero Enrique no era de los que se rinden.
EL NIÑO GORRINERO. Enrique Ortiz  Milla nació en La Gineta, Albacete, en 1916. El mayor de siete hermanos, se puso a trabajar de porquero a los 10 años. Los parajes de su dura infancia aún existen. La Castra, Casa del Capitán, Las Tiesas, La Casa de Caballos, La Grajuela... y no tenía buen recuerdo de ellos.
«Los niños gorrineros trabajábamos de sol a sol -relataba- y dormíamos tirados por el suelo de la cuadra, en la paja, detrás de las patas de las mulas, entre la basura y los moñigos, los excrementos de los animales. ¡Teníamos piojos hasta para vender!». Era una vida denigrante. Las granjas no usaban perros con el ganado, para eso ya estaban los chiquillos, quienes corrían tras las cabras y la mulas. Y que Dios les amparase si alguna se les iba.
«Cuando se nos escapaban los animales -afirmaba- e iban a los trigales, llegaba el capataz montado en su caballo, y nos pegaba latigazos hasta hartarse; nos daba también con una vara de olivo de dos metros de largo».
LA FORJA. Harto de aquella vida, Enrique empezó a estudiar de  noche. Cuando se proclama la República, ya es un adolescente. Con el tiempo, se implica en los movimientos políticos y sociales de su época.
En 1936, al estallar la Guerra Civil, de Albacete salen 500 hombres de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) para luchar en el frente. Entre ellos, ahí va él de voluntario.
Se enrola en el Cuerpo de Carabineros, embrión de la Tercera Brigada Mixta, la misma que  inspira la canción «si me quieres escribir, ya sabes mi paradero...», al mando de José María Galán.
Sirve en los principales frentes: Madrid, Belchite, el Ebro... hasta la derrota y la retirada a Francia, donde él y sus camaradas esperaban hallar refugio y les aguardaba la más amarga de las decepciones.
UNA PLAYA DESNUDA. Los españoles soñaban con la Francia republicana libre, igualitaria y fraternal. En vez de eso, los desarmaron y los enviaron a otro de los Infiernos de Dante, una playa desolada,  un campo llamado Argelès-Sur-Mer.
Aquello era la nada más pavorosa, un espacio vacío cercado por alambradas, entre la arena y  el mar, «con el frío espantoso de febrero, al aire libre, con poquísimas mantas, cavando huecos en la arena para dormir y bebiendo agua salada».
Todos los días, un camión entraba en el campo, para sacar los muertos de hambre, enfermedad o desesperación. Desbordadas, las autoridades  entregan materiales  a los prisioneros para que se hagan sus propias barracas.
Las noticias que llegan de España no son buenas. Los vencedores de la Guerra Civil exigen su retorno, para que haga la´’mili’; como no vuelve, lo declaran prófugo y lo acusan de haber cometido dos asesinatos, entre julio y agosto del 36. Lo condenarán a muerte en rebeldía.
Desde el campo de Argelés, escribe a sus padres una carta en la que  miente a sabiendas, para no preocuparles. Dice que está «con Antonio, de la Alberca, y otros amigos de La Gineta, Juan el de Cortés...» y que aquello es «casi un paraíso, todos los días me baño dos veces».
IRSE "P'ALANTE". La carta es del el 29 de septiembre de 1939. Alemania ya está en guerra con Inglaterra y Francia.  Ésta presiona a los refugiados para que se alisten en las compañías de trabajadores ‘voluntarios’ o  en la Legión Extranjera.
En los campos, comunistas, anarquistas, socialistas recomponen sus organizaciones. Crean talleres clandestinos de lectura, de capacitación, de alfabetización, de formación política para los prisioneros, que fueron para Enrique «mi universidad». Por el momento, se trata de sobrevivir y resistirse a la movilización forzosa.
En junio de 1940, los  alemanes aniquilan el ejército galo. Francia se rinde, y la mitad sur queda bajo control del régimen de Vichy.  Ya no basta con la resistencia pasiva. Abandonados por sus dirigentes, que se han ido a México o Rusia,  sin recursos, sin armas, liderados por cuadros intermedios sin referencias ni instrucciones, los españoles debaten qué hacer.  A pesar de los enfrentamientos y las rencillas internas  llegan a un acuerdo para resistir. Este acuerdo, alcanzado en el campo de Argelès, marca el inicio de la resistencia activa de los exiliados en el sur de Francia. Serán los primeros en plantar cara, antes incluso que los propios galos.
«La situación, para muchos militantes, resultó desgarradora y casi esquizofrénica, pero echamos p’alante», recordaba.
Y,  así, ‘p’alante’, empezó la segunda guerra de Enrique Ortiz.
MINERO Y ENLACE. Tras un breve paso por otro campo, Bercarès, Enrique es  enviado a los Grupos de Trabajadores Extranjeros. Lo destinan a Decazeville, ciudad minera en el departamento del Aveyron.
Antes de la guerra, la comunidad española emigrada ya sumaba unas 5.000 personas, a quienes se unieron, en marzo del 39, unos 2.300 refugiados.  ‘Gracias’ al trabajo forzado, los mineros españoles, pasaron de 280 a más de 700.
«Algún ‘genio’ pensó que mandarnos allí era un castigo -ironizaba tras la guerra-  pero  los españoles que ya había allí nos  ayudaron enseguida, y en la mina encontramos materiales muy útiles, empezando por los explosivos,».
Los primeros actos de resistencia activa se producen a finales del 41. Por aquel entonces, Enrique es enlace; cada día, al salir de la mina, recorre los alrededores en bicicleta,  solo y desarmado, entregando mensajes a resistentes, disfrazados de carboneros o leñadores.También  dirige la JSU en la zona, que llega a tener unos 300 afilados. Entre ellos, se encuentran los hermanos Benítez Rufo; uno de ellos, Manuel, llegará ser diputado en las Cortes del 77, las primeras de la Transición.
Tras la derrota alemana en Stalingrado, en febrero del 43, las actividades de los guérilleros, sin la ‘r’ doble, como les llaman los resistentes franceses, suben el listón. Los españoles pasan de los sabotajes a las acciones de guerra.
En agosto, se produce la voladura del pozo principal de las minas de carbón de Decazeville y, en septiembre, se constituye la Novena Brigada de Guerrilleros, bajo el mando de Amadeo López (’Comandante Salvador’) integrada en la Agrupación de Guerrilleros Españoles (AGE), un ejército clandestino.
La AGE formaba parte de las FFI (Forces françaises de l’intérieur). Los españoles eran partidiarios de la lucha armada; los franceses dudaban, muchos preferían mantener un perfil bajo, a la espera del desembarco de los aliados. Y, en Londres, el General De Gaulle, antifascista y patriota, pero también anticomunista, desconfiaba de los republicanos.
Sin embargo, en primera línea, los guérilleros se granjearon el respeto de sus camaradas de la Résistance. Al fin y al cabo, les llevaban una guerra de ventaja. Pronto, la región se volvería un avispero para los ocupantes nazis  y sus colaboradores vichistas.
EL PAÍS DEL MAQUIS. En el 44, cuando el viento ya sopla a favor de los aliados, el área de Decazeville será una de las zonas de Francia que se liberarán por sí solas. En palabras de un funcionario de Vichy, se convierte en el »pays du maquis».
Por estas fechas, en Francia hay unos 10.000 combatientes españoles, a los que hay que sumar una cifra similar de enlaces, informadores, saboteadores,  expertos en fugas o logística. Sólo en la unidad de Ortiz, hay 240 hombres.
En marzo, los guérilleros matan al comisario Georges Roche, «petenista colaborador, responsable de la detención y deportación de varios militantes españoles», afirmaba el maquis de origen  albacetense.
En abril, las autoridades colaboracionistas reconocen que «los campos de refractaires crecen literalmente como trufas» en todo el  departamento del Aveyron. Para el 12 de junio, menos de una semana desde los desembarcos aliados en Normandía, las autoridades admiten que «el crecimiento de las actividades de los maquisards  en Decazeville ha reducido al prefecto local a la impotencia».
A principios de julio, los vichistas evacúan la ciudad. El alcalde y toda la corporación local dimiten y se elige un nuevo ayuntamiento. Las unidades de las FFI, entre ellas las de la AGE, bajan del monte y mantienen el orden. Desde Decazeville, como una mancha de aceite, los resistentes empiezan a liberar, municipio a municipio, todo el departamento del Aveyron.
El 10 de agosto, los alemanes hacen un último intento de recuperar el control de la situación y avanzan hacia Decazeville, ‘la roja’. A 15 kilómetros de su destino, una unidad de españoles vuela el Puente del Claux, en la carretera  de Rodez, atacan a la columna germana y la hacen retroceder. Uno de los que vuelan el puente es, precisamente, Enrique Ortiz. El 15 de agosto, los ocupantes alemanes y los colaboracionistas franceses se rinden a la evidencia: todo el Aveyron ha escapado a su control. Ese mismo día, unidades regulares del ejército francés desembarcan en Provenza, en la costa mediterránea.
Son los últimos días de la ocupación. Rodez, la capital del departamento, cae en manos de los resistentes; entre las unidades que la liberan, está la Novena Brigada, la unidad de Enrique.
Desde el Aveyron, pasan al Tarn, y ayudan a liberar su capital, Albi; y, desde Albi, pasan al Alto Garona, y entran en Toulouse, la cuarta ciudad de Francia. Han llegado a los Pirineos, a España, y los guérilleros empiezan a soñar con tomarse la revancha de la Guerra Civil.
Pero el sueño, en el último instante, se tornará pesadilla.
FINAL AGRIDULCE. Poco después de la Liberación de París, el general De Gaulle ordena la desmovilización de las unidades resistentes, lo que incluía a la AGE. Desde ese momento quienes quieran seguir combatiendo, deberán hacerlo en el Ejército regular.
En octubre del 44, los guerrilleros -ahora sí, en español- intentan ocupar el Valle de Arán, territorio español, con la intención de tener una zona ‘liberada’ en la que establecer un gobierno provisional. La operación, en la que también participa Enrique, es un fracaso absoluto, el principio del fin.
En febrero del 45, rusos, ingleses y americanos se reparten el mundo en la conferencia de Yalta. España queda dentro del área de influencia occidental. Franco juega la carta del anticomunismo para salvarse. Y lo consigue. No habrá ‘reconquista’.
Enrique Ortiz ya no podrá volver a España. La condena a muerte que le impusieron cuando estaba en el campo de Argelès se lo impide. Se casa, crea una familia, vive en el sur de Francia y jamás renuncia a la nacionalidad española, aunque no podrá pisar su país en décadas, hasta después de la muerte de Franco..
Falleció en 2008 en Albi, una de las ciudades que ayudó a liberar.