diumenge, 2 d’agost del 2015

En el sótano de Negrín.


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Negrín filmando con una pequeña cámara en una fecha desconocida; a la izquierda, un laberinto de libros en el que fue su apartamento parisino
Ingresar en el que fue apartamento del médico y político Juan Negrín (Las Palmas de Gran Canaria, 1892-París, 1956), último presidente del gobierno de la Segunda República, en lo más alto de un edificio del distrito XVI de la capital francesa, y luego adentrarse en el sótano correspondiente, constituye una excursión histórica cargada de emoción y de enseñanzas.
En la fachada del edificio, típicamente beaux-arts, el caminante se encuentra con una placa que traducida reza así: “Aquí vivió en el exilio desde 1947 hasta su muerte en 1956 el doctor Juan Negrín López, presidente del gobierno de la Segunda República Española de 1937 a 1945”. La última fecha sorprenderá a quienes saben que la guerra terminó en 1939, y con la derrota republicana. Alude al hecho de que Negrín siguió ocupando su cargo en el gobierno en el exilio hasta ese año 1945, en que fue destituido. Al año siguiente llegaría su expulsión, a manos de Indalecio Prieto, del PSOE, partido que sólo póstumamente, en el 2009, le devolvería, en un acto especialmente cargado de simbolismo, el carnet. Simbólica había sido también, el año anterior, la ceremonia de inauguración de la placa, en la cual, junto a Carmen Negrín, nieta del político, habían intervenido el entonces embajador de España, Francisco Villar, y el entonces alcalde del barrio, el gaullista Pierre-Christian Taittinger. A propósito de gaullismo, Carmen Negrín recuerda que en su exilio británico su abuelo había recibido un día a merendar al propio De Gaulle, del cual era gran admirador, como lo era de Winston Churchill.
En el sótano, uno
se siente como un egiptólogo en una tumba faraónica. Las paredes estás tapizadas con miles de libros, algunos todavía atados o envueltos en diarios de la época
La zona en la cual está ubicado este apartamento, los restos de cuyo morador están enterrados en el cementerio del Père Lachaise, bajo una lápida que reza “J.N.L.”, es de alta densidad española. A unos centenares de metros, en la Rue de la Pompe, se alza la parroquia española. Contigua a esta, se encuentra el Colegio Español García Lorca. Ahí al lado estuvo el palacio donde pasó parte de su exilio Carlos VII, el pretendiente carlista. En el mismo distrito, en la actual Avenue Kléber, se alza el Majestic, hotel recientemente reabierto bajo otro nombre, y construido sobre el solar donde previamente había estado el Palais de Castille, residencia de otra ilustre exiliada, Isabel II. En esa misma Avenue Kléber estuvo la sede del PCE en el exilio.
Tras la derrota, Negrín y su compañera, Felicidad López, habían pasado la primera parte de su exilio en esta ciudad, en un hotel del barrio, el Lancaster. En junio de 1940 el avance alemán los empujó a Burdeos, donde subieron a uno de los últimos barcos con destino a Gran Bretaña. Ahí vivirían los años de la Segunda Guerra Mundial. Negrín dejó en la isla una biblioteca en la cual había muchos libros antiguos, y que tras su muerte sería subastada por Sotheby’s. Una vez terminado el conflicto mundial, Feli y Negrín regresaron a París.
El que fue apartamento de Negrín, donde su nieta coexistió con él y con Feli, está casi enteramente ocupado por los libros y los archivos. La mayor parte del mobiliario es de su tiempo. Llaman la atención unos sillones art déco de Jacques Adnet, del cual en la biblioteca se conserva un libro dedicado “a los señores de López”.
Todavía más emotiva es la visita al sótano, à la cave. Quien se adentra en él se siente como un egiptólogo en una tumba faraónica. O como el morador de un búnker. Las paredes están enteramente tapizadas por estanterías abarrotadas por miles de libros, algunos todavía en paquetes atados con cuerdas, o envueltos en diarios republicanos de 1939. Entre los muchos volúmenes en alemán, algunos ostentan el sello del centro libertario germánico de Barcelona, la última ciudad donde el entonces presidente del gobierno residió antes de su marcha al exilio; sorprende la presencia, entre ellos, de uno de Goebbels, con dedicatoria a un compatriota cuyo apellido no se logra descifrar. Hay algunos tomos de los siglos XVI y XVIII. Hay abundante propaganda de la Guerra Civil, desde el álbum conmemorativo del asesinato de Federico García Lorca editado para ser vendido aquí, en el pabellón republicano de 1937 presidido por el Gernika de Picasso, hasta otros de dibujos de Castelao o de Souto. Imponentes unos volúmenes encuadernados que contienen los boletines de información de la Agence Espagne, encargada de suministrar a la prensa francesa información sobre el curso de la guerra. La nota dramática la ponen algunos paquetes de víveres sin desembalar. También algunas maletas. El documental Ciudadano Negrín (2010), de Carlos Álvarez, Sigfrid Monleón e Imanol Uribe, se inicia con unos planos de este espacio angosto.
La nieta de Negrín recuerda como el apartamento fue asaltado al menos en dos ocasiones y los autores –se supone que espías franquistas– se llevaron la Leica del presidente
Durante aquellos años finales, un Negrín solitario y deprimido frecuentaba las librerías de nuevo y de viejo, que siempre fue un empedernido bibliófilo. Casi a diario iba al restaurante Prunier de la vecina Avenue Victor Hugo. Además de a políticos como el socialista Jules Moch, que ya antes de la Guerra Civil era uno de sus grandes amigos, veía frecuentemente al físico Raymond Moch –hijo del anterior–, a Albert Camus, a María Casares… En la que fue su biblioteca se conservan dos libros del editorialista de Combat y futuro premio Nobel, con expresivas dedicatorias. Desde México Negrín recibía envíos del narrador socialista Max Aub, y desde Nueva York, de otro correligionario, el pintor e ilustrador Luis Quintanilla, que había estado encarcelado tras la revolución de Asturias, y que durante la Guerra Civil había demostrado grandes dotes como espía, en una Francia donde eran especialmente activas las redes franquistas. A ambos tuvo ­ocasión de volver a verlos duran­te sus estancias en esos países.
Del apartamento que fue de Negrín, y de su sótano, han partido ya para su fundación de Las Palmas multitud de cajas que contienen su archivo político, gracias al cual Gabriel Jackson, Enrique Moradiellos, Ángel Viñas y otros historiadores han podido profundizar un poco más en el conocimiento del personaje.
Una exposición abierta hasta mediados de julio en la Biblioteca Octavio Paz del Instituto Cervantes presenta, en rigurosa primicia, casi un centenar de estos libros y revistas que fueron de Negrín. Materiales que salen a la luz por vez primera, y que permiten conocer nuevas facetas de su personalidad. En Las Palmas, su siguiente escala, se verán algunos más.
Miembro de la generación del 14, la misma a la cual pertenecieron Ortega y Azaña, Negrín fue un médico humanista e ilustrado, estrechamente relacionado con la Residencia de Estudiantes, de cuyo laboratorio de Fisiología fue responsable. Parte de su biblioteca médica se conserva en el apartamento de París, pero otra fue donada por él a la facultad de Medicina de la Universidad Complutense. Formado en Alemania y casado con una judía rusa, se interesó por la cultura de ambos países. Especialmente llamativa es la presencia de volúmenes sobre la arquitectura funcionalista alemana, entre ellos uno de Walter Gropius. Tampoco faltan tomos de fotografía, como el mítico Paris de nuit (1932) de Brassaï. Y hay también una curiosa edición de los manifiestos futuristas de Marinetti.
Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas –el ejemplar de Presagios (1923), su primer poemario, ostenta una expresiva dedicatoria a Negrín– o Valle-Inclán son autores que nos hablan del interés del médico y político canario, amigo de su paisano el pintor Néstor, por la mejor literatura española de su tiempo. Especialmente emotivo, por ese mismo lado, el folleto editado a la muerte en 1924 del poeta ultraísta José de Ciria y Escalante. En la lista de quienes lo pagaron coexisten Azaña, Azorín, Buñuel, García Lorca, Ramón Gómez de la Serna, Guillén, Ramiro de Maeztu, Moreno Villa, el propio Negrín, Edgar Neville, Quintanilla, Salinas y tantos otros nombres de las dos Españas que chocarían irremediablemente en 1936…
De la editorial España, fundada por Negrín en compañía de sus correligionarios del PSOE –partido en el cual él había ingresado en 1929–, Julio Álvarez del Vayo y Luis Araquistain, están ¡Ecue-Yamba-O! (1933), de Alejo Carpentier, y libros de Lev Trotski, Essad Bey, Bertrand Russell...
Como no podía ser de otro modo, esta biblioteca abunda en publicaciones impresas durante una Guerra Civil durante la cual Negrín fue el impulsor de la política de resistencia a ultranza, para la cual contó con la decisiva ayuda, que tanto le sería reprochada, de la URSS y del PCE. Impresionantes los dos sucesivos fotolibros editados por la embajada en Londres, con algunas de las instantáneas bélicas más conocidas de Robert Capa, Seymour y otros de los fotorreporteros que documentaron la tragedia española. Las memorias del primero no podían faltar en la biblioteca, donde también se encuentran un número de URSS en construcción; un folleto de Mijail Koltzov, futuro asesinado por orden de Stalin; una edición con fotomontajes de los famosos 13 puntos de Negrín; o el tremendo panfleto antipoumista Espionaje en España(1937), obra de un inexistente Max Rieger, máscara tras la cual se escondieron Wenceslao Roces y otros comunistas, mientras que el único que dio la cara fue su prologuista, José Bergamín.
Varios impresos aquí presentes llevan el inconfundible sello de Manuel Altolaguirre. Entre ellos, un auténtico tesoro: un ejemplar de España en el corazón, de Neruda. No de su primera edición absoluta, que salió en Chile en 1937, sino de su mucho más rara primera española, que vio la luz a finales de 1938, en una imprenta de campaña que tuvo el poeta-impresor a la sombra del monasterio de Mont­serrat.
De los años finales, material sobre las Naciones Unidas, el Mercado Común, la energía atómica, África, el espionaje soviético, la Segunda Guerra Mundial…
Presentando en el Cervantes Ciudadano Negrín, su nieta recordaba cómo a finales de la década de los cuarenta el apartamento recibió en al menos dos ocasiones a asaltantes –se supone que espías franquistas– que, entre otras cosas, se llevaron la Leica del presidente del gobierno.


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