dissabte, 26 de setembre del 2015

Hija de españoles exiliados en Francia, Lydie Salvayre ganó el último Premio Goncourt con 'No llorar', que narra la historia de su madre en una mezcla de castellano y francés


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Lydie Salvayre, esta semana en Barcelona. / TONI ALBIR/EFE
La voz narradora de No llorar, que tiene como telón de fondo la guerra civil española, desgrana al principio un discurso de una sencillez casi esquemática. Esa sencillez tiene como justificación que la narradora, Lydie Salvayre, habla en realidad por boca de su madre, actualmente una anciana de 90 años que está empezando a perder una memoria que su hija quiere rescatar. Para insertar los recuerdos autobiográficos maternos en el marco del conflicto civil español, Lydie Salvayre dedica largos excursos a exponer la situación que existía durante el advenimiento de la II República y los accidentados años que precedieron al Alzamiento Nacional. Y es ahí donde más se nota el mencionado esquematismo simplificador porque, al menos para el lector español, es un episodio de sobras conocido y, bien se ve, no del todo superado. O sea, todavía objeto de discusión.
En cambio, cuando la narración se centra de verdad en la historia de la madre y esta interviene cada vez más con un lenguaje que parece una estupenda simbiosis del francés con el español (y que en la versión castellana resalta menos), la historia cobra una vivacidad y un cromatismo muy de agradecer. Libres del marco histórico y sociológico, es decir, cuando los personajes hablan, actúan y buscan por sí mismos una salida a la diabólica situación que les tocó vivir, aparecen aspectos inesperados y casi inéditos en la ya variopinta bibliografía sobre la guerra civil española. Y lo explico:
Montse, la actual anciana evanescente, tenía apenas 15 años cuando se precipitaron los acontecimientos y el país entero entró en una locura colectiva que se resolvió con una atroz y sangrienta Guerra Civil. Sin embargo, para Montse fue el momento cumbre de su vida, su primavera personal, el faro que iba a iluminar toda su vida posterior porque fue entonces cuando cambió el pueblo por la ciudad y en el curso de unos cuantos meses tuvo ocasión de disfrutar del anonimato de la vida urbana, conocer el estilo de vida de las clases privilegiadas (el agua caliente y fría, la bañera, los armarios llenos de vestidos inimaginables, el confort de una casa abandonada por unos ricos refugiados en la zona nacional); también la vida en la calle, el cine y las charlas hasta las tantas en las terrazas de los cafés, la corriente de libertad y esperanza que por unos meses presidió la vida en las ciudades leales a la República y, por fin, el amor en brazos de un joven poeta francés venido a luchar en el frente de Aragón y que tras una noche de pasión desaparecerá para siempre dejando atrás dos regalos inestimables: uno, la hija que nacerá como fruto de aquella noche inolvidable. Y dos, el recuerdo en efecto inolvidable que la madre transmitirá a sus hijas, tan familiarizadas desde niñas con aquel joven amante que incluso le pondrán por su cuenta rostro y nombre: André Malraux.
Otra prueba de la extraordinaria viveza que cobra el relato cuando queda en manos de la verdadera protagonista es toda la parte dedicada al regreso al pueblo de la joven embarazada y su lucha por la supervivencia en un ambiente hostil y poco propenso a aceptarla. Personajes como sus padres y hermano, o los componentes de la familia de su futuro marido, que en la primera parte han aparecido como caricaturas del rico de pueblo, su frígida esposa y la insoportable hermana solterona, vistos desde la distancia por la anciana se humanizan y cobran unas dimensiones y una profundidad muy ventajosas.
Parece buena idea por tanto pasar como si nada todo el arranque de la novela y entrar casi con voracidad en la verdadera historia de la joven pueblerina capaz de sobreponerse al infortunio y rehacer su vida como exilada cuando lo tenía todo en contra.
No llorar. Lydie Salvayre. Traducción de Javier Albiñana. Anagrama. Barcelona, 2015. 220 páginas. 16,90 euros.