dissabte, 11 de juny del 2016

García Lorca según su biblioteca. Luis García Montero.



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  • Luis García Montero analiza cómo influyeron en la concepción vital y artística del poeta sus lecturas, desde Cervantes a Victor Hugo
  • "Hay esa leyenda de un escritor de mucho talento, pero con muy poca cultura. Los estudiosos han visto que esa no es la verdad", defiende el autor

Publicada 11/06/2016 a las 06:00Actualizada 10/06/2016 a las 17:00  

El poeta Federico García Lorca.  FUNDACIóN FEDERICO GARCíA LORCA
El poeta Federico García Lorca. FUNDACIÓN FEDERICO GARCÍA LORCA
Luis García Montero (Granada, 1958) comenzó a ser poeta cuando comenzó a ser lector, entrando a hurtadillas en el salón de las visitas —prohibido a los seis hijos del matrimonio para salvaguardar la integridad de al menos una habitación familiar— para encontrarse con la biblioteca del padre. Allí, entre los distintos tomos, resplandecían las obras completas de García Lorca. Recuerda la edición: Aguilar. El escritor en el que se convirtió aquel niño resolvió pronto que, si para él aquel encuentro había sido fundacional, Lorca seguramente habría tenido experiencias similares. "El adolescente que fue Lorca,¿qué leía, con qué se quedó deslumbrado, qué le hizo poeta? Eso quise hacer: la biografía de un lector", explica. El resultado de esa biografía es Un lector llamado Federico García Lorca (Taurus), que llega a las librerías cuando se cumplen 80 años del fusilamiento del poeta.

Su estudio viene también a contradecir una imagen labrada en el imaginario popular: la de un Lorca "poeta espontáneo, inspirado y de mucho talento, pero con muy poca cultura". Frente a esta idea, ya sobrepasada en los círculos académicos, García Montero recoge testimonios de amigos —Pepín Bello le recuerda "yendo y viniendo" a la biblioteca de la Residencia de Estudiantes "con aquellos tomazos inacabables de las obras completas de Lope de Vega o Calderón"—, cartas en las que se comenta tal o cual lectura, los ejemplares de la magra biblioteca del autor, mermada por el tiempo y su costumbre de regalar libros.

— ¿Por qué ha permanecido esa idea de poeta natural?

— En primer lugar, por la propia literatura de Lorca. Tiene una tradición romántica, aunque muy convertida en vanguardia, y en lo romántico lo natural tiene mucho prestigio, es la emoción frente a la regla. Claro, a la hora de escribir, uno sabe que esa naturalidad es un efecto. Por otra parte, está en una generación de poetas catedráticos o profesores: Pedro Salinas, Jorge Guillén... Él era mal estudiante. No acabó Filosofía y Letras y tampoco le interesaban los títulos.

— Pero ser buen lector tiene que ver son ser buen aprendiz.

— Era mal estudiante a la hora de cubrir sus disciplinas en la universidad, pero sí que fue un buen aprendiz literario. Con Lope de Vega [sobre el que Lorca debía hacer un trabajo... que le acabó pidiendo a su amigo José Fernández-Montesinos]. A lo mejor no se sabía el libro de texto al hablar de El caballero de Olmedo. Pero los versos "Que de noche le mataron / al caballero, / la gala de Medina, / la flor de Olmedo" están después en la base de la "Canción del jinete". Es un buen aprendiz de su propio mundo y sus propias necesidades.

Un lector llamado Federico García Lorca
García Montero ha extendido también su investigación hasta lo físico. Con dificultad —el escritor anda convalenciente de una caída— toma un viejo ejemplar de las obras completas de Victor Hugo editadas en 1887, de un vistoso rojo y láminas a color. Es la misma edición "espléndidamente ilustrada con bellísimas cromo-litografías" que hojeó Lorca. "Me di cuenta que no bastaba con decir ‘García Lorca leyó a Shakespeare’, había que saber en qué edición. Porque si uno la encuentra, ve que tiene un prólogo de Victor Hugo, que hace una lectura muy romántica de Shakespeare, y eso conecta con el romanticismo de Lorca", explica.

Una vez conseguido el ejemplar, iba a la biblioteca de la Fundación Federico García Lorca para reproducir en su volumen las anotaciones y subrayados que el granadino había dejado en los libros. Las frases que subraya en los ensayos de Unamuno, "hablando de la energía interior que producen los amores fracasados". O la reveladora anotación que deja en una obra de Maeterlinck, que el autor ve como la condensación de "toda una ética vital y literaria": "Decir plata y callar oro". "Si vemos lo que le interesa de las distintas obras", dice García Montero, "podemos entender de qué forma se fue pasando del romanticismo representado por Zorrila al simbolismo, donde lo importante no era el gran dolor sino la sugerencia. Y uno comprende, por ejemplo, su fascinación con Rosalía de Castro, que convirtió el gran dolor en tristeza".

En ese recorrido artístico ve el autor la columna vertebral de las lecturas de García Lorca. "Es la literatura que le permite dialogar con su homosexualidad", apunta. En El tesoro de los humildes, de Maeterlinck, el poeta subrayó: "El silencio es el elemento en que se forman las cosas grandes, para que al fin puedan surgir, majestuosas y perfectas a la luz de la vida, que han de dominar".El silencio como "ámbito íntimo de relación con el conflicto", explica García Montero. Y qué conflicto debió suponer para Lorca su deseo prohibido, tan prohibido que sería uno de los motivos que llevarían a su asesinato.

— Ese factor está muy presente en su ensayo.

— Durante mucho tiempo se estuvo negando la importancia de la homosexualidad en Lorca. Yo creo que es un tema crucial en su obra. No ya porque haya obras que no se entienden sin ese tema, como El público, sino porque era un homosexual nacido en la Granada de finales del XIX, en una sociedad muy represiva. A la hora de pensar en sí mismo, y de elegir la escritura como refugio de marginados, hay que ser consciente de esto. Cómo utiliza la literatura como un espacio en el que legitimar esa identidad que la sociedad rechaza.

Hay que imaginar al Lorca adolescente descubriendo De profundis, la larga carta de Oscar Wilde a su amante, Lord Alfred Douglas, escrita en la prisión de Reading, donde cumplía condena por su homosexualidad. Hay que imaginar el asombro del reconocimiento, la ventana que se abría en la claustrofobia de la ciudad de provincias. O leyendo, en Las metamorfosis de Ovidio, los amores de Baco y su bailarín Ciso, entrelazados en forma de yedra y vid para la eternidad. En la escena de Pámpanos y Cascabeles en El público, "centrado en un amor imposible y en la rueda interminable de la metamorfosis que impide el refugio en una identidad cerrada", señala García Montero, resuenan aquellas lecturas.

Y hay que imaginar también el dolor que ocasionaría el prólogo de Gómez de la Serna a su edición de la biografía de Wilde, que rezuma homofobia: "En las otras biografías reté, ofendí, llamé a la razón a los bujarrones vivos, a los ruines Dorian gray y a los que pudieran surgir por su influencia. El ataque a ciertos aspector de Wilde iba por ellos, por todos los que se esconden detrás de su memoria: viciosillos, comadreantes, mezquinos, enredosos". La cicatriz que había dejado esa herida en el lector Lorca para que el poeta Lorca escribiera más tarde en su "Oda a Walt Whitman": "¡Maricas de todo el mundo, asesinos de las palomas!".