dimarts, 17 de gener del 2017

Angelina Gatell, desde la otra orilla del olvido.

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Angelina Gatell

Angelina Gatell (1926-2017), que nos acaba de dejar, tenía cinco años cuando se proclamó la República. En las entrevistas en las que recuerda ese momento dice que recuerda ir por las Ramblas a hombros de su padre, que recordaba los olores y las banderas de aquella jornada. También decía que la Guerra civil no habría terminado hasta que no quedase ni un muerto sin rescatar de las cunetas de España. Se murió, pues, sin ver el fin de la Guerra incivil, que decían Unamuno y  Gloria Fuertes. Como poeta, publicó, en una primera etapa, tres libros entre 1954 y 1969: Poema del soldado (1954), Esa oscura palabra (1963) y Las claudicaciones (1969). Así define en unos versos su relación con “La poesía”:

Entró en mi casa y sigilosamente
se instaló entre mis cosas.
Nadie la vio llegar ni advirtió su presencia.
Ya tan sólo recuerdo una inquietud vivísima
una violencia indescifrable
lastimando un sosiego desde siempre inseguro.
No hubo por mi parte objeción, resistencia,
ni nada que impugnara su aparición fortuita.
Y de este modo,
clandestina, se hizo dueña del aire,
del pan, del agua, de mis ojos,
de mi respiración…
Impune, implacable fue llenando
mi corazón con su desorden.
En tan mínimo espacio puso tristeza y gozo,
fundió la claridad con la tiniebla,
valor y miedo
vertió con gesto sibilino
en una misma copa;
abrió puertas, ventanas, descorrió visillos,
plantó en mi huerto su árbol,
esquivó, solidario, amoroso, rebelde,
y me colmó las manos de dones y vacíos.
Y me dejó viviendo
en soledad, con ella.

Después, el silencio; no será hasta 2001, ¡más de treinta años después! cuando, gracias a la editorial Bartleby, vuelvan a salir versos suyos de la imprenta, en concreto los de los libros Los espacios vacíos y Desde el olvido, antología de esos versos escritos y guardados en un cajón durante largas décadas. Luego vendrían Noticia del tiempo (2004), Cenizas en los labios (2011) y La oscura voz del cisne (2015), todos en la misma editorial. ¿Cómo explicar tan largo silencio? Gatell no era ajena al medio literario de su época, y cultivó la relación con Blas de Otero, con José Hierro, con Gabriel Celaya… ¿Era su poesía demasiado “social” para lo que exigían los nuevos tiempos? No lo era más que la de sus otros compañeros de generación, la del 50, por edad. Pero Angelina Gatell se quedó fuera, probablemente, por la misma razón que ha mantenido a la sombra de sus compañeros masculinos de generación a gigantes de nuestra poesía como Ángela Figuera o Gloria Fuertes, a la que tal vez este año de conmemoraciones empiece a hacer algo de justicia: era mujer. Dice Angelina Gatell en “Imagen”:

Me miro en el espejo, me escudriño
en esa imagen confusa que ante mí comparece
solicitada aún por la memoria.
Pero ya nada en ella es como fue.
El tiempo
ha ido trabajando sobre su piel el frío,
la extinción de la luz, la afrenta
inopinada de los días.
Por sus manos gastadas cruzan
prominentes arroyos por donde va la sangre
en busca de la muerte.
En sus ojos
persisten las imágenes
que habitaron el llanto de dos siglos,
las guerras, el derrumbe de los sueños,
el nunca ya posible claror de lo olvidado.
Y sin embargo, cuánta vida
queda detrás, fluyendo hacia el mañana,
atestiguando que ella también estuvo aquí
y a fuerza de dolor fue construyendo
su pálida figura, todavía
laboriosamente absorta ante los vientos.

Las anécdotas de su vida se han contado ya estos días. Que dirigió el doblaje de Heidi y que es por ella que el perro del abuelo se llama Niebla, porque así se llamaba el de Pablo Neruda. Que se enfrentó siempre que tuvo razón para ello con los jerifaltes franquistas e incluso con Adolfo Suárez a cuenta de los guiones de una serie sobre Marie Curie. Lo cierto es que la recuperación de su figura por la editorial Bartleby hizo que muchos lectores volvieran a ella. Incluso se publicaron sus memorias (Memorias y desmemorias, Fundación AISGE, 2012) y se ha reeditado Con Vietnam, la antología que ella misma recopiló entre los poetas contrarios a la intervención estadounidense en aquel país, y que fue prohibida por la censura en 1968. Sin embargo, no basta para pagar nuestra deuda con una poeta cuyo largo silencio se rompió para decirnos que en este país queda mucho por hacer.

Una de las cosas más sangrantes es pensar en mujeres como ella, orilladas de la historia más por su género que por sus ideas políticas; por ellas se la apartó, por él quedó escondida en el silencio sin nadie que la reivindicase hasta tan tarde. ¿Saben? Angelina Gatell no tiene siquiera un par de líneas en la Wikipedia, esa enciclopedia británica moderna en la que hasta el chiste del perro Mistetas tiene su entrada propia.Todo lo que eso dice sobre nuestra memoria es tan triste que deberíamos callar y empezar a revisarla y construirla hasta que no quede una sola Angelina Gatell por releer, por ocupar su puesto justo en esa memoria. Ella quiso contribuir a que fuese más justa y hermosa. Ahora se ha ido, pero su voz, con esa alegría de las cosas misteriosas, empieza a oírse tal vez más que nunca. Ojalá sea de verdad (lo dice uno sin esperanza, mas con convencimiento) que nuestra memoria se agranda, y no que es el titular que toca.



Angelina Gatell: Cenizas en los labios.