diumenge, 18 de juny del 2017

Ceremonia de re-inhumación de Francisco Boix


http://lahistoriaenlamemoria.blogspot.com.es/2017/06/ceremonia-de-re-inhumacion-de-francisco.html


sábado, 17 de junio de 2017


Ceremonia de re-inhumación de Francisco Boix
cementerio parisino del Père-Lachaise
16 de junio de 2017

Daniel SIMON
Presidente de la Amical de Mauthausen



Fotografías y traducción al castellano:  Rose-Marie Serrano

Voy a intentar captar lo que está en juego aquí en este instante, la relación entre el motivo concreto de nuestro encuentro y las significaciones que se adhieren a él para transcender su papel. A lo largo de los años en los que la Amical de Mauthausen ha mantenido la voluntad de conservar una sepultura para Francisco Boix, en la energía misma que necesitaba tal acción, nunca omitimos plantearnos las preguntas de este enigma: ¿por qué obstinarse? ¿No es descabellado luchar así contra el tiempo?


Este ataúd contiene los restos de un hombre, sesenta y seis años después de su inhumación. Es también, evidentemente, el receptáculo simbólico de una historia colectiva, aún ardiente y palpitante. ¿Cómo se podría hacer abstracción de tal fondo? Es imposible deshistoricizar el acontecimiento. Es cierto que hemos soñado con que esta ceremonia sea menos humilde y discreta que la de 1951; no teníamos totalmente conciencia del ancho eco que tendría.

Empecemos por el hecho- todos lo conocéis,  ya que vinistéis.

La tumba de Francisco Boix en el cementerio de Thiais estaba condenada a desaparecer.  La complejidad insospechada de un traslado, los  numerosos  impedimentos que hubo que sortear,  de los que no haré aquí el recuento. Me limitaré a nombrar, arriesgando agredir su discreción, a las dos personas que,  en el largo período, han llevado y dado vida, con empeño e intransigencia, a la decisión tomada por el buró de nuestra asociación de perennizar la sepultura, incluso a costa, de ser necesario, de una nueva sepultura. Sin Pierrette Saez y Rosa Sterquel, es  muy probable que la continuidad en el esfuerzo hubiera decaído. Expreso aquí,  por otra parte,  nuestro agradecimiento a las instituciones que han hecho posible vencer uno tras otro todos los obstáculos, tanto administrativos, técnicos, como financieros. Entre esos apoyos, la contribución, altamente simbólica, de Austria y la de la municipalidad de Barcelona.  Subrayaré por fin el apoyo de la Ciudad de París, en varios de sus servicios, con un seguimiento regular del progreso del expediente, de una calidad benéfica y soy feliz de exponerlo públicamente ante la Señora Hidalgo. Damos por fin las gracias a los numerosos amigos, franceses y españoles que mostraron que les importaba la realización de esa acción, contestando al llamamiento  de la suscripción, creando así una obligación de resultado. Al fin y al cabo, después de haber debido ponernos en contacto con Italia, México y gracias al trabajo voluntario que  aceptó de llevar a cabo un genealogista catalán, obtuvimos el derecho a exhumar, el acceso a un lugar prestigioso donde nos encontramos, hemos podido comprar la concesión de una nueva sepultura en el espacio mismo, o faltó poco,  en el que están,  los  monumentos, estelas del recuerdo de los campos y de los combates llevados en varios escenarios de operaciones por los republicanos españoles, curtidos e intrépidos hasta en la posición de vencidos.

  
¿Quién fue el hombre al que rendimos este homenaje? Muy brevemente:
  • Un combatiente español, uno de los 7000 de Mauthausen, uno de los 2000 supervivientes – y esta ceremonia no valdrá como finiquito.
  • Uno de los principales protagonistas de una acción excepcional de resistencia, llevada a cabo con el tiempo, en el campo mismo: sustraer al Servicio de  identificación SS del campo centenares de fotos, que constituyen hoy en día un fondo histórico excepcional, del que una  gran parte es conservada en los Archivos nacionales.
  • Un testigo que autentificó y comentó algunas de esas imágenes, ante el tribunal militar internacional de Nuremberg, y después ante el tribunal americano de Dachau.
  • Un hombre del que medimos mejor, desde hace poco, la extensión de su actividad de fotógrafo, desde la guerra de España, en Mauthausen, en Francia y hasta en Argelia, de 1945 a su muerte.
  • Un hombre cuyos camaradas próximos han mantenido el recuerdo, en toda discreción, durante decenios, cuidando su tumba, mientras la Amical de Mauthausen renovaba la concesión.
  • Una figura singular, sin duda alguna, cuyo aspecto seductor  deslumbraba  aún, al final de su vida, la mirada de Gisèle Guillemot, superviviente de Ravensbrück y de Mauthausen, fallecida hace cuatro años. Y hoy en día Madeleine Riffaud, quien se evadió del tren de la deportación y quien, sin duda se nos juntará dentro de un rato, orgullosas y emocionadas ambas, en términos idénticos, de haber «conocido  muy bien …¡ a Paquito… !» cuando era foto-reportero en el periódico l’Humanité.
  

  

Lo esencial del sentido está en otra parte, en lo que está vivo y palpita. Nombrémoslo:
  • En España: la cuestión de la «recuperación de la memoria histórica», una exigencia y una llaga que sigue abierta, en busca de un estandarte simbólico.
  • En Cataluña más específicamente, donde Francesc Boix, estos últimos años, representa bastante bien la figura de un héroe.
  • En Francia, a la que los amigos españoles piden sin cesar que «se repare la historia», proclamando, bien claramente, que sí que fue indigna la acogida que se dio a los exiliados forzados de 1939 después del abandono de la República a su suerte, como fue indigna la parte tomada por Vichy en la expoliación del estatuto de presos de guerra y por lo tanto el traslado a Mauthausen de los refugiados republicanos de nuevo vencidos bajo el uniforme francés, deportados en la categoría injusta e infamante de «apátridas», marcados con el triángulo azul. Infinitamente dolorosa por fin, la repatriación imposible en 1945, los vencedores, de los que éramos, habiendo dejado que el dictador español  siguiera haciendo estragos treinta años más.
  

  

A unos metros de aquí, en diciembre de 2000, por primera vez, fue rendido un «Homenaje nacional» a los republicanos españoles deportados de Francia», presidido por el ministro Jean-Pierre Masseret, ante la estela del recuerdo de los republicanos y el monumento dedicado a Mauthausen, prolongado por una ceremonia en la alcaldía del XX° distrito. Desde esa fecha y los numerosos acontecimientos conmemorativos y culturales de estos últimos años, especialmente en París, no es verdad que la suerte de los refugiados republicanos sea desconocida.  No obstante, es como si fuera siempre la primera vez que voces francesas lo atestiguan y afirman la responsabilidad de Francia. Es así –en eso es cómo se mide la virulencia incurable de la herida.

Sin embargo, no es esto una escena de duelo, aunque la solemnidad del rito lo semeje, como las emociones que toman cuerpo en nosotros. ¿A qué imperiosa necesidad corresponde el rito funerario, dispendioso en todo? ¿No hay nada más urgente, incluso para una asociación de memoria?  ¿No es movilizar en exceso nuestras flacas fuerzas, mientras que nos queremos de mejor grado  ocupados en encontrarnos con nuestros contemporáneos, que adictos a replegarnos en los cementerios? A esas dudas, que pueden surgir, la respuesta es sencilla: esa acción no nos ha desviado de la atención dada a los vivos –si hace falta un ejemplo-, aquí va: el apoyo activo y muy acaparador, impulsado por tal de nosotros, además muy ocupada en resolver el caso Boix, a los inmigrantes indocumentados… Son por lo tanto dos compromisos concurrentes, se nutren uno del otro, en un fortalecimiento de la conciencia y de la inteligencia de lo real, de su espesura histórica.

  

  
Lo funerario siempre corre parejas con lo simbólico, y la tonalidad del símbolo  no es ni vana ni  fútil. El crimen mayor cometido por los nazis contra la condición de ser humano fue el no ver en el cadáver de sus víctimas sino un deshecho, materia vil que seguía siendo explotable. Reparamos indefectiblemente la ignominia sufrida por los millones de muertos de los campos considerados de tal modo. Un episodio casi imperceptible pero extraordinario, de ese choque de dos universos: el 26 de agosto de 1940 -los primeros detenidos españoles llegaron a Mauthausen a principios de agosto– José Marfil Escalona fue el primero entre ellos en sucumbir. Al final de la jornada, los españoles se reunieron y acordaron un minuto de silencio. Gesto de humanidad, respeto de los muertos, acción colectiva: los SS fueron estupefactos por esta violación inaudita de las lógicas del campo, que no pudo repetirse.


  

Jorge Semprún (resistente francés y deportado español en Buchenwald, triángulo rojo), retoma de  Paul Celan la imagen de la suerte prometida por los nazis a los deportados: «Una tumba en medio de las nubes». Bella imagen no cabe duda, perfectamente cínica, eco de aquel tiempo en que «la muerte era un amo de Alemania».


  
Respecto a la memoria, el trancurso del tiempo no tiene el poder. La memoria se construye o se esfuma según otras leyes, las de las necesidades del momento, es el barómetro de las subjetividades. Francisco Boix es más visible que hace cincuenta años, exige más.

  
Somos  bastantes aquí en desconfiar de las reliquias, amuletos y otras prácticas mágicas. No obstante, la primera emoción que compartimos sin duda alguna es el espanto ante una tumba. Otras emociones se mezclan, creando un magma indiferenciado, en la convergencia de generaciones, geografías, legitimidades y poderes, donde predominan, bien natural es, para los amigos de origen español, los rancios olores y la rabia sumergida del exilio sufrido, las tergiversaciones políticas y finalmente la ocultación sin cesar prorrogada de los crímenes del franquismo, que nutren los intentos comprensibles de instrumentalización de ese asunto de sepultura, porque todo es bueno, cuando nada es posible.


  

  

¿Por qué el estado emocional sigue siendo tan vivo y como si estuviera tetanizado? Cuando el pasado no pasa, es que hay un cerrojo, que algo hace obstáculo. ¿Hasta dónde? ¿Hasta cuándo? Oso una hipótesis: hasta la apertura de las fosas comunes donde siguen amontonadas las víctimas de la dictadura… Cuestión central, que hace eco muy lejano a nuestra ceremonia. La morbosidad es el no cambiar nada.

  

  
Francisco Boix habrá sido acogido cuatro veces en el suelo francés: dos veces vivo, dos veces sus restos. Nunca fue francés, no fue nunca más español. Tres lugares emblemáticos de nuestra geografía cultural en adelante se corresponden, objeto los tres de una codificación cultural : la casa de Poble Sec (el barrio de Barcelona donde nació Francesc Boix), la casa de Anna Pointner (esa habitante de Mauthausen que aceptó esconder los centenares de negativos y de tiradas robados y donde Francisco sacó una bonita foto familiar tras la liberación, por fin la morada última, esta vez perpétua, esta sepultura nueva en el cementerio parisino del Père-Lachaise.

  
Desplazar a los muertos, dar la vuelta a los cuerpos, para averiguar que  sí siguen estando en nuestra vida. Sin osar una analogía que sería  simplista, creo que estaríamos equivocados ocultando el alcance antropológico de lo que estamos realizando. Dar la vuelta a los muertos es un uso de algunos pueblos, los torajas en la isla indonesia de las Célebes, y sus lejanos primos de la orilla opuesta del océano índico, los Merinas, quienes habitan en las altas tierras del centro de Madagascar. Periódicamente, cada siete años creo, proceden a la exhumación de los muertos para darles la vuelta, antes de volverlos a inhumar, al cabo de dos días de ritos festivos, en el transcurso de los cuales recuerdo que llevan al muerto en los brazos sacudiéndole  como para despertarle e impedir que esté triste. Somos más sobrios, menos exigentes, menos inventivos.

  

  
No son los merinas quienes han germinado los versos que aquí van del poeta Paul Celan: 

 El cráneo por encima
Vuelto, donde sobre
El tiempo sin sueño un
Martillo fuego-fatuando
Canta todo eso en la candencia
Del mundo.


  
En este instante, en esta acción, somos la humanidad. Atravesada por obsesiones, impotencias, apegos patéticos, en los que se mezclan inextricablemente motivos racionales y sedes imperiosas del alma, de los que los cementerios acogen a menudo los desahogos y las represiones –éste  mucho más que otros. Hoy, ofrecemos a Francisco Boix la hospitalidad, en la tonalidad más noble que pueda ser, aunque sea tan tarde, y mucho más allá  de los usos ordinarios.